La silicosis es una enfermedad larga, lenta y dispersa, con un recorrido tan largo a veces como la vida. En algunos casos ha sido compañera de camino de los que hoy ya sólo están en el recuerdo de quienes les quieren, porque se metió en ellos con los inicios de su trabajo en la mina, bien jóvenes todos, para ya no abandonarles nunca.
Lejos de lo que pudiera parecer, no está erradicada. En el año 2009 se ha cobrado 150 vidas en León, según las aseguradoras. Las prejubilaciones más tempranas de los mineros, tal y como reconocen los afectados y también las aseguradoras, ayudan a que los trabajadores pasen menos años en la humedad de las entrañas de la tierra, reduciendo el número de afectados. Pero aún son muchos los que tienen los pulmones infectados por décadas de trabajo cara a cara con el carbón, tragando polvo y respirando la porquería que se encargaría de mermar su calidad de vida, y en consecuencia, la de sus familias.
Flor y María del Carmen son dos ejemplos de la lucha contra la silicosis. Ahora ya forman parte de esta fea lista que hemos llamado líneas arriba "las viudas de la silicosis". Las dos viven en Fabero, a pocas calles la una de la otra. No se conocen, nada tienen que ver sus vidas, y sin embargo, comparten sin saberlo sensaciones, recuerdos y seguramente muchas pesadillas.
A Santiago, (Santiago Poncelas, marido de María del Carmen Marcos), le gustaba mucho echar la quiniela. "Nunca le tocó nada, pero le gustaba echarla por si le tocaba, para arreglar a los hijos", cuenta su viuda. Tenía 83 años cuando falleció, en diciembre del pasado año. Llevaba, "ni se sabe", en la mina. Su esposa cree que desde los 16, pero de aquella mentían con la edad para que les dejaran entrar a trabajar, según cuenta. Pasados los 50 se retiró, ya con "el tercero" de silicosis (el máximo grado de afección de la enfermedad). Estuvo en el Pozo Julia, en el mismo Fabero. Allí ocupó infinidad de puestos.
Las "bombas" terminaron con su salud. "Allí la humedad lo mató. Estuvo achicando agua, pasando mucho frío y muchas mojaduras que pasan factura, cómo no van a pasar. Estos últimos años ya tenía problemas en las piernas, más todo lo de la respiración, que no respiraba. Al final, cuando le dieron el oxígeno, estaba mejor, podía respirar. Pero estaba hinchado de tanto medicamento y tenía muchos órganos dañados. A veces te sientes tan impotente por no poder hacer nada que casi es mejor que Dios se acuerde de uno", lamenta María del Carmen.
Santiago, sin estar, está aún en todas las partes de la casa, una pequeña casa en el poblado de San Nicolás. Está en los retratos de la entrada, con su mujer y sus dos hijos, en la estantería del comedor, en la mesa, en los álbunes que guardan los momentos más felices de la familia y en el pecho de su esposa, en una medalla que siempre la acompaña.
En casa de Flor, los juguetes de las mellizas dan alegría a un hogar acostumbrado a pasar muchos apuros. Julio, (Julio González) enfermó de silicosis cuando sólo tenía 29 años, después de llevar desde los 18 trabajando en el Pozo Julia de Fabero. No tenía ni 30 años y ya tenía "el tercero" de silicosis. Esta noticia, cuenta Flor, les obligó a cambiar de vida, a replanteársela y a contenerse mucho, porque vivían de renta y tenían dos hijos. "Fueron años muy difíciles, pero nos íbamos arreglando. Claro, hay muchas cosas que no puedes hacer, no puedes darles una carrera a tus hijos y no puedes ahorrar, pero sales adelante", dice.
Estuvo enfermo hasta los 66 años, haciendo la vida que los bronquios y los dolores de huesos le permitían llevar. Una fatalidad, la muerte de su hijo en un accidente de tráfico, le dejó más indefenso de lo que su cuerpo pudo soportar, y no mucho tiempo después, se fue.
Flor esconde en su voz el sufrimiento de muchos años, la mirada de una mujer contenida que se agarra a su hija, sus nietas y la amiga que la ayuda para vivir el día a día y sacar adelante a su madre, que también necesita oxígeno para respirar. Será cosa de la cuenca.
Las viudas de la silicosis ( El Mundo - 28/11/2010 )