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sábado, 27 de febrero de 2010

«Tengo el estómago a prueba de bomba, comería botillo hasta para desayunar»


El verbo de Revilla es la antítesis del fuego lento con el que se cuece el botillo. Sus palabras a propósito del embutido o de las bondades del paisaje y de los productos del Bierzo «repican» en la sartén de la entrevista como unas hebras de lomo frescas y recién adobadas. Es un entusiasta. Pero sobre todo de su Cantabria.
-” Dicen que declina la mayoría de las invitaciones que recibe para actos político-gastronómicos. ¿En la aceptación de la de la asociación de pensionistas y el Ayuntamiento de Fabero qué es lo que ha pesado más?
-” Le diré que de los 250 actos de este tipo a los que me invitaron en el último año yo he ido a tres. Uno a Lugo, en San Frolián, porque el alcalde, tras rechazarlo, le escribió a mi mujer recordándole que el padre de Aurora, que era minero en Fabero, había nacido en A Ponte Nova. Y mi mujer me dijo: Hay que ir. Luego fui pregonero en Mieres por Santa Bárbara, porque yo nací en la raya con Asturias y me siento casi un asturiano. Además yo tengo un cariño especial por los mineros. Mi suegro, al que no conocí y murió de silicosis, era minero y lo más decisivo de todo es que en el carné de identidad de mi mujer pone: Fabero. El botillo me encanta. El Bierzo me encanta.
-” ¿Qué nos puede decir del botillo que no se haya dicho ya? ¿Cómo se conocieron?
-” Llevo veinte años yendo al Bierzo. Mi suegra vive en Lumeras (Candín). Mi mujer sigue desapareciendo dos semanas todos los meses de diciembre para hacer la matanza en el pueblo. Y el botillo que hace mi mujer, con garbanzos, es algo excepcional. El secreto es que los cerdos, el chon le llamamos aquí, pasan los últimos cuatro meses de su vida comiendo castañas. Mi suegra, de los 1.500 kilos de castañas que recoge, la mitad se los da a los dos cerdos que matamos. Eso da una calidad increíble a la carne. Yo como siete u ocho botillos al año de los que hace mi mujer, y siempre con los mejores amigos.
-” Pero usted que muchas veces abomina de lo políticamente correcto no cree que el botillo para la cena, como se hace en los festivales, es más que indigesto.
-” Yo tengo un estómago a prueba de bomba. Otras cosas no. Me parece que comería botillo hasta para desayunar. Aunque reconozco que lo suyo es la comida, con una buena sopina, unos chorizos. Es que yo soy un enamorado del Bierzo, de sus productos de su microclima, de ese vino mencía. A veces voy al Palacio de Canedo y me fumo un puro en aquel balcón contemplando el contraste de color de las parras. Eso es como un Van Gogh al cuadrado.
-” Usted es un gran vendedor. ¿Cómo vendería el botillo del Bierzo? Porque éste parece un producto demasiado «nacionalista» y lo cierto es que lo que venden las industrias locales son 300.000 unidades al año.
-” Si yo no me dedicase a la política... Pero le diré que he conseguido que un producto local, como la anchoa, se convierta en global, con 56 empresas vendiendo muy bien. Lo primero es poner mucha pasión y creer en el producto. Con el botillo lo que hay que intentar es que la artesanía se mezcle con la cantidad y la calidad, porque a veces la masificación es perjudicial. Y materia prima de primera calidad, buena gente para cocinarlo, a fuego lento, y presentarlo en la mesa sin abrirlo, con todos sus sabores encerrados.

«Tengo el estómago a prueba de bomba, comería botillo hasta para desayunar» ( Diario de León - 27/02/2010 )

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿ y un pavo real? PARA CENAR

Anónimo dijo...

sale caro el botillon

Anónimo dijo...

Sobre todo a ti ke no fuistes.Tacaño