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martes, 10 de julio de 2007

Feixolín: así se viola la Ley.


Un periodista y un fotógrafo de EL MUNDO-LA CRÓNICA DE LEÓN demuestran cómo los responsables de la Minero Siderúrgica de Ponferrada han 'blindado' el cielo abierto del Feixolín, cerrando caminos públicos y contratando seguridad privada, para evitar que se sepa lo que sucede dentro de la mina.
Es el mayor enemigo de Victorino Alonso. Su historia, la de un desencuentro por un pequeño prado que el magnate de la mina quería comprar. Es un pequeño prado que le ha ocasionado pérdidas millonarias y tres sentencias contrarias del TSJ al magnate del carbón. Antonio Arias Tronco no se arredra. «Yo en el Feixolín he ganado todos los juicios», afirma orgulloso. Y es cierto. Él solo ha conseguido que la Justicia declarase ilegal el cielo abierto. No ha tenido ayuda porque «aquí la gente tiene pánico y agacha la cabeza, pero yo no». Confiesa que ya no sabe «qué pasos nos quedan, porque algo pasa con el juez de León. No sé si le engañan o se deja engañar». «Nada frena a este terrorista ecológico», dice, un «vito matacabras», en palabras del dueño de Narsil. Lo cierto es que el carbón continúa fluyendo y la dirección de MSP ha blindado el Feixolín. Aunque supuestamente está realizando las labores de restauración a las que obligan las últimas sentencias del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de Castilla y León, el dueño de la MSP prohibe el paso a todo aquél que intenta acceder a la explotación minera.
EL MUNDO / LA CRÓNICA ha tratado de llegar hasta el cielo abierto acompañados del dueño de Narsil, Antonio Arias Tronco, y, a pesar de que los montes son públicos, vigilantes que se han negado en todo momento a identificarse, en todoterrenos blancos con el logotipo de «centuria seguridad» han bloqueado cualquier intento de acercamiento a la explotación que tendría que estar cerrada y de la que no tendría que salir más carbón. «Desde 2005 esto tenía que estar cerrado y clausurado. Estamos a julio de 2007 y está sacando todos los días aproximadamente 2000 toneladas de carbón», relata el dueño de Narsil. El primer intento de acceso fue por la pista de acceso al Feixolín por Orallo. Tronco consigue ascender por las carreteras que dan acceso a la entrada principal. Ya subiendo, de frente, el todoterreno del dueño de Narsil se cruza con tres camiones de carga de la compañía extractiva con las lonas echadas sobre la parte de atrás, de tal manera que no se pueda ver la carga. Aun así, se algunos llevan el cierre un poco suelto, y se puede ver el carbón dentro. «Yo en el Feixolín he ganado todos los juicios», relata Tronco, pero «a la vista de cómo está la situación, no sirve de nada, porque él no cumple la ley».
Primer encontronazo
Al llegar a la base de la mina a cielo abierto, nos encontramos el primer vigilante, que impide el paso más allá de ese valle. Está montado en una de las citadas furgonetas blancas. Con cara seria afirma:
— No se puede pasar.
— ¿Por qué?, –pregunta Tronco–.
— Porque están trabajando.
— ¿Pero quién está trabajando?
— Además esto es de la MSP
— ¿Estas seguro? Esto es un monte público, –recuerda el dueño de Narsil–.
— A mí me han dado orden de que no pasara nadie, mas que la gente de la empresa.
Vuelve al todoterreno. Al tratar de encontrar otro camino de acceso al cielo abierto, se encuentra con que una de las palas de la compañía carga el carbón en uno de los camiones que luego lo transportan por la carretera por la que llegamos. Cuando nos ven los operarios, paran inmediatamente su labor. Según seguimos por el siguiente camino, también de monte público, nos comienza a seguir una de las «patrulleras» de Victorino.
Mientras, otros todoterreno vigilan desde lo alto de los picos, en los que se dominan todos los caminos. Al avanzar, descubrimos que por el medio del monte la compañía ha hecho otro camino desbrozando todo tipo de vegetación.
«Aquí no se sacan fotos»
«Es un terrorista ecológico», asegura Tronco. Sigue hasta el final del camino pero todavía no está terminado. «Esto, hace dos semanas estaba sin el camino», comenta. Al dar la vuelta, al final de la pista, la patrullera que le seguía de cerca se ve obligada a girar. Ahora la seguimos nosotros. Volvemos a recuperar el camino asfaltado que lleva hasta la base en la que cargan el carbón y Tronco la adelanta. Baja del vehículo y trata de sacar fotografías, pero en menos de un minuto, aparecen el primer vigilante de seguridad que impide el paso y otra persona vestida de paisano en uno de los vehículos blancos tocando el claxon. En ese momento, se produce el momento de mayor tensión:
— Oiga, aquí no se puede hacer fotos eh, –dice el hombre vestido de paisano al dueño de Narsil poniéndole la mano en la cámara–.
— A mí no me toque, eh.
— No le toco.
— Hago las fotos que me da la gana.
— No, no, aquí no.
— Que me vas a prohibir tú hacer fotos.
— Aquí no se puede, es imposible.
— Oye, no me toques, hijo puta.
— Que no le estoy tocando.
— Y por qué no se pude hacer fotos aquí.
— Aquí no, esto es una explotación a cielo abierto. No se pueden hacer aquí fotos.
—No me toques, que no te vuelvo a avisar.
— No, no, aquí no haga fotos, por favor.
— ¿Y por qué no se pueden hacer fotos aquí?
— Hombre, si quiere le saco yo una foto y te pones en bañador.
— Hombre, esto es un sitio público.
— Venga, salir de la explotación.
El dueño de Narsil asegura que «Victorino puede hacer lo que le dé la gana» en Villablino, y parece que ese está demostrando. Dice que llega a «amenazar a los trabajadores». «Lo mío ya es sangrante, a mi no me amenaza, es que sólo le falta pegarme un tiro, lo que pasa es que no tiene huevos».
Sea como fuere, tras la agarrada con los vigilantes de la entrada principal al Feixolín, volvemos a recuperar otra pista de tierra para tratar de acceder al cielo abierto por detrás. El intento resulta infructuoso. Han cavado una zanja con dos montones de tierra de más de dos metros en medio del camino que impide el paso a cualquier todoterreno. Así que decidimos seguir andando. Cuando llegamos a lo alto del pico, uno de los coches que vigilaba nuestros movimientos desde allí se acerca para cortarnos el paso. Como el corte del camino obliga a ir a pie, nos intercepta antes de que podamos coger el camino desde el que se ve la corta.
— Buenos días.
— Hola, ¿qué querían?, -pregunta el vigilante-.
— Estábamos por aquí dando un paseo, ¿no se puede?
— Sí, si, por aquí, sí, pero a partir de aquí, no.
— ¿Y por qué no se puede pasar?
— Porque es propiedad de la empresa.
Esta vez, nos permiten sacar fotografías… porque no se ve la explotación. Han cortado el camino que baja a la corta y han situado varias piedras y un cartel en el que se lee: «Camino cortado». El vigilante que se ha desplazado al lugar, nos acompaña en todo momento.
— ¿Le han ordenado acompañarnos?, preguntamos.
— Yo puedo estar aquí, ¿o es que tiene algún problema?
Volvemos andando al coche y, cuando regresamos nos damos cuenta de que, en el tiempo que hemos tardado en intentar acceder a la corta por arriba, han enviado una pala para que tapone con grandes piedras el camino por el que llegamos desde la entrada principal. Se trata de un camino público, en medio del monte, pero ya no pueden pasar coches. Mientras, desde el pico un vigilante nos mira para ver qué hacemos. Ni por arriba, ni por la puerta principal, ni por los lados. No se puede acceder al Feixolín. Un ejército de vigilantes privados lo impide. Para Tronco, «el mayor culpable de esta situación es el Ayuntamiento de Villablino y Guillermo Murias, que estuvo doce años permitiéndole todos los atropellos, la Guardia Civil y Seprona, que no hace nada. También la Junta, con el Eduardo Fernández a la cabeza, que es un impresentable, lo están protegiendo continuamente».

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