«TENGO SUERTE de que haya gente como tú, porque así me puedo quedar en silencio», fue todo lo que dijo Antonio Vega desde el escenario cuando se iba a dirigir al público que llenaba el claustro del Monasterio de Carracedo y una fan de cuarenta años, desatada por la euforia, le interrumpió con una pública declaración de amor a sus canciones y aprovechó la oportunidad que el primo Nacho le concedía acercándole el micrófono para que todos supiéramos lo mucho que ha disfrutado escuchando a Nacha Pop desde la primera adolescencia.
Hombre de pocas palabras, Antonio Vega se quedó efectivamente en silencio y no volvió a abrir la boca en toda la noche salvo para cantar o para pedir un aplauso a los miembros de su banda de rock. Por que Nacha Pop sonó en la noche del sábado a rock and roll en buena parte de los tramos de un concierto que demostró que sus canciones de siempre siguen vivas en directo, como el grupo. El de Nacha Pop, que enseñó a quienes no les han seguido desde el principio que son algo más que la banda de La chica de ayer -la interpretación de Asustado estoy de Nacho García Vega, o de Lucha de gigantes , de Antonio, fueron de lo mejor de una sesión que reservó Una décima de segundo para despedirse en lo más alto- ha sido el concierto más esperado del Festival Mirador de la Reina, y la prueba de que el rock and roll ha roto las últimas barreras de la respetabilidad y ya suena hasta en los claustros de las iglesias.
Cierto que no hubo litronas, ni calimochos, y la dignidad del entorno parecía limitar la liturgia del rock al espacio que separa dos hileras de sillas plegables, pero bastaron unos acordes de guitarra para que el público dejara de fijarse en el entorno y pusiera toda su atención sobre lo que sucedía en el escenario. Por tercera vez este verano, y después de diecinueve años, dos mitos del pop español como Antonio Vega y su primo Nacho García Vega, se conjuraban para ofrecer «un espectáculo inolvidable, que no irrepetible». Ariel Rot, miembro de bandas que también son leyenda del pop español como Tequila y Los Rodríguez, ya pudo tocar Rock and roll en la plaza del pueblo , entre los arcos del claustro del monasterio y ante un público que siguió su actuación sentado durante la noche del viernes. Y aunque anoche la voz suave de Amancio Prada devolvía el sosiego a la abadía cisterciense, la reconversión de lo que en su día fue un lugar de rezos y silencios en un templo para los punteos de las guitarras eléctricas, es un síntoma de todo lo que ha avanzado la música popular, la música de nuestro tiempo, por mucho que el Papa Benedicto XVI siga considerando al rock como algo diabólico y reniegue ahora del concierto que el católico Bob Dylan, el músico que llama a las puertas del cielo. ofreció a su antecesor Juan Pablo II hace unos años.
«Soy hombre de pocas palabras y nunca sé lo que decir...», aseguraba Antonio Vega a su público antes de que le interrumpieran. Y no hizo falta que dijera nada más. Le bastó con cantar, y tocar la guitarra, para que todos supiéramos que el sentido de vivir hay que cogerlo al vuelo.
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